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jueves, 10 de marzo de 2011


La niña corría sola entre los árboles de aquel oscuro bosque y lloraba desconsolada con sollozos ahogados; estaba perdida, no tenía idea de donde se hallaba, pero sin embargo sabía muy bien porque se encontraba allí y porque estaba sola. Se había portado mal o al menos, eso le decían, había huido de todo y de todos y ahora estaba sola, perdida y cansada de huir...

Al cabo del tiempo terminó por acomodarse en aquel bosque, se construyó un pequeño refugio y se convencía a si misma de que era el mejor lugar de la tierra y que así no sufriría más ya que estando sola nadie podría hacerle daño, pero pasaban los días y la niña se daba cuenta de cuan equivocada estaba y de que ya, era demasiado tarde para enmendar sus errores: no podía salir, estaba sola, atrapada y no le quedaban más lágrimas con las que llorar...

En uno de los días más lluvioso que jamás se vivieron en aquel bosque, la niña, acostumbrada ya al frío y la humedad, salió a pasear tropezando con todo en su camino y cuando ya pensaba que si volvía a caer no seria capaz de levantarse, al alzar la mirada, entrevió un rayo de luz al final de un sendero que hasta entonces había ignorado, y esta vez, con las esperanzas renovadas, fue al camino decida a salir de (su) bosque y sabiendo que, pasara lo que pasara fuera, jamás volvería a huir...

Y así, se despidió de aquel lugar para siempre.

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